No fue por tu desliz vertical en oro titanio que llegué a conocerte,
sino por las líneas precisas e imperfectas que trazas,
y no fue por estar descubierta,
ni por los matices indelebles marcados en tu piel,
pero si por la excepción de una mirada intensa
y una risa,
que tímidas luchaban entre salir o esconderse.
Es también
por el contenido tras el ruido de tus bronquios
y tus cuerdas vocales
que aquí llegué.
Eres –aroma que no quiere vencerse–
senda protegida de ortigas, barro y limo,
limo que cubre la porosidad y el filo de las rocas
–la piel se lacera y me escuece–
una prueba de inconstancia o tesón.
Un umbral que no aceptará a nadie que ande en búsqueda de inmediatez
o galardón.
Resurges recuerdos ante el mural de Zamas,
todo
es
quietud
y oclusivo manantial de sonido,
inexplicables son las caricias de los símbolos,
otra sensación que reviven tus dedos.
Tus bocanadas golpean como el viento,
evocando sensaciones de Pinchincha,
otra vez:
frío, arritmia, frío, calor,
hormigueo,
atolondramiento y disnea
escalofrío, frío, calor,
repitiendo, al albur se que repite
…el aire en la providencia se hace denso.