Sobre tu esqueleto de
oxígeno y bauxita, escudriñamos el emporio y sus recovecos. No se si es el o es ella, mas me plena
la cara con sus frígidos belfos. Voy al descubierto; reparando en el anciano
que desde las cápsulas nadie vio, tal si fuéremos familia me saluda, lo saludo.
Me pregunta por tus sofisticados miembros, que arrestan la celeridad del tiempo
forzado. Voy accionando tu eje para llegar de un lugar al otro –eres alquimia
en rojinegro azófar–.
La piel escuece al mediodía, se escarmienta
la soledad: rodar, volar contigo y sobre ti, tal como lo describe Neruda. Eres
herramienta de redención (nunca un escape), eres cultura; una revolución que
debe copiarse y contagiarse. En el tráfico de la mañana fuman, se comen las
uñas y golpean el volante, esa congestión que el reflejo va salvando y las
miradas desconcertadas recorren los ocho puntos cardinales. Perduro sobre ti,
acariciando tus brazos para guiarnos sin ceder en estas aventuras cotidianas.
Germinamos para no seguir los estatutos, florecimos turbulentos, prosperando
revolución. No estamos solos desde la conquista del asfalto: Copenhague, Ámsterdam,
Osaka, Chicago, Münster…
Vamos luchando con paciente
tenacidad, recuperando ese espacio de irónica y aplacada mordacidad. La calzada
nos castiga con su perfume, nos clama su dolor, mas recorrerlas
cauteriza las heridas del alma –cuando las piernas no dan para más–. Somos juntos, yo, sobre tu piel, y tú,
sobre cubiertas, que como zarpas se aprehenden a las superficies; el San
Pedrito que espiga la esencia de toda perspectiva. A veces te abandono al
antojo del tiempo, desertando tu existencia y del todas las cosas. Mientras
aguardas prisionera de un conducto que te hace escapar a las garras y al antojo
del randa, en sazón regreso. Ya te vuelvo a liberar y sobre tu lomo se posan
delicadamente mis criadillas. Y enardecidos segamos el viento, el hálito nos
hace (a veces) ir probando el polvo, hasta un día quedar escondidos en el.
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